"¿Por qué el?", pienso. Después intento convencerme de que no importa,
de que Peeta Mellark y yo no somos amigos, ni siquiera somos vecinos
y nunca hablamos. Nuestra única interacción real sucedió hace muchos
años, y seguro que él ya la ha olvidado; sin embargo, yo no
y sé que nunca lo haré.
con sólo presionar un botón. ¿A qué dedicaría las horas que paso recorriendo
los bosques en busca de sustento si fuese tan fácil conseguirlo? ¿Qué hacen
todo el día estos habitantes del Capitolio, además de decorarse el cuerpo
y esperar al siguiente cargamento de tributos para divertirse
viéndolos morir?
-Se llama Prim, sólo tiene doce años, y la amo más que a nada en el mundo.
El silencio era tan absoluto que no se oía ni un suspiro.
-¿Qué te dijo después de la cosecha?
Sé sincera, sé sincera. Trago saliva.
-Me pidió que intentase ganar como pudiera.
La audiencia está paralizada, pendiente de cada palabra.
-¿Y qué respondiste? (...)
-Le juré que lo haría.
-¿Quiéres decir que no matarás a nadie?- Le pregunto.
-No. Cuando llegue el momento estoy seguro de que mataré como
los demás. No puedo rendirme sin luchar. Pero desearía poder encontrar
una forma de... de demostrarle al Capitolio que no le pertenezco, que
soy algo más que una pieza de sus juegos.
-Sí, el glaseado, la última defensa de los moribundos.
Estoy mascullando, las palabras no se me dan tan bien como a Peeta y,
mientras hablo, la idea de perderlo de verdad vuelve a golpearme y me
doy cuenta de lo mucho que me dolería su muerte. No es sólo por los
patrocinadores, no es por lo que pasaría al volver a casa y no es que
no quiera estar sola; es él, no quiero perder al chico del pan.
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